Una visión cristológica de Platero y yo: comentario de texto de «El perro atado»

Comentario literario a un poema de Juan Ramón Jiménez en el que el autor ve una alusión a la belleza de la muerte o la muerte de la belleza.


Platero y yo es considerada la obra maestra de Juan Ramón Jiménez y es “uno de los poemas en prosa más famosos de la literatura española del siglo XX”[1]. El género de la prosa con intenciones poéticas hunde sus raíces en el romanticismo francés y español (especialmente en la obra de Bécquer) y, sobre todo, del modernismo literario, con las aportaciones a la renovación del lenguaje de Rubén Darío y José Martí, poetas que escribieron en prosa. La poesía en prosa busca dotar a la narración de la misma “virginidad expresiva, la misma novedad combinatoria que se exige para el verso”[2]. De este modo, en Platero y yo, por su género, tienen más importancia las imágenes literarias que las acciones narradas; los símbolos que la trama; el tema que el asunto.

El tema central de esta obra poética en prosa es la intuición del mundo desde una perspectiva cristiana. “… la función del amor es ir educando a Platero, al niño en Platero, en su camino de perfección a Dios”[3]. Es menester advertir que Jiménez fue influenciado por la corriente de pensamiento denominada Krausismo, cuya figura principal fue Francisco Giner. Esta doctrina propone “hacer de la vida religión y religión de la vida”. “Vivir en Platero es vivir religiosamente, lo cual significa vivir cristianamente, pues el cristianismo, entendido y sentido por los krausistas españoles, es la religión por excelencia, que exalta el valor y la dignidad del hombre”[4]. Así, el narrador montado en Platero es un trasunto de Cristo montado en su burro a la entrada de Jerusalén (Mateo 21:1-17; Juan 12:12-16). Eso sí, plasmado desde una sensibilidad poética que abreva en el modernismo, movimiento artístico que expresa muchas referencias y simbolismos provistos en la historia de la cultura.

La obra está estructurada por estaciones del año: empieza en la primavera y concluye con la siguiente primavera. Se activan los simbolismos dados por la cultura occidental a las estaciones, especialmente por la tradición cristiana. Así, se representan en Platero “el renacimiento de la primavera, la plenitud del verano, el declinar del otoño y la muerte del invierno …” [5].

          El capítulo LXXXVI: “El perro atado” está situado en la entrada del otoño que indica declinación, la pérdida de la plenitud y transición hacia la muerte.

El tema de este capítulo podría denominarse la belleza de la muerte o la muerte de la belleza que el poeta busca capturar para siempre inútilmente. 

 

LXXXVI

El perro atado

 

  1. La entrada del otoño es para mí, Platero, un perro atado, ladrando limpia y largamente, en la
  2. soledad de un corral, de un patio o de un jardín, que comienzan con la tarde a ponerse fríos
  3. y tristes… Dondequiera que estoy, Platero, oigo siempre, en estos días que van siendo cada
  4. vez más amarillos, ese perro atado, que ladra al sol de ocaso…
  1. Su ladrido me trae, como nada, la elegía. Son los instantes en que la vida anda toda en el oro
  2. que se va, como el corazón de un avaro en la última onza de su tesoro que se arruina. Y el
  3. oro existe apenas, recogido en el alma avaramente y puesto por ella en todas partes, como
  4. los niños cogen el sol con un pedacito de espejo y lo llevan a las paredes en sombra, uniendo
  5. en una sola las imágenes de la mariposa y de la hoja seca.. 
  1. Los gorriones, los mirlos, van subiendo de rama en rama en el naranjo o en la acacia, más
  2. altos cada vez con el sol. El sol se torna rosa, malva… La belleza hace eterno el momento
  3. fugaz y sin latido, como muerto para siempre aún vivo. Y el perro le ladra, agudo y ardiente,
  4. sintiéndola tal vez morir, a la belleza…

 

Siguiendo el método de análisis y de comentario de textos literarios propuesto por Fernando Lázaro Carreter y Evaristo Correa Calderón (2006), dividiré en apartados el capítulo y enseguida realizaré una explicación de cómo los recursos literarios explican el tema de este apartado, tal como proponen como espíritu del deber ser de un comentario de textos Lázaro Carreter y Correa Calderón.

Los apartados que reconozco en este capítulo son tres: apartado a) La entrada del otoño como el principio de la pérdida de la plenitud, de la tristeza y soledad (líneas 1-4); apartado b) Intento infructuoso por aprehender la belleza que se va (líneas 5-9), y apartado c) La muerte de la belleza (líneas 10-13). A partir de esta estructura, procederemos a analizar la forma partiendo del tema.

En el apartado a), el narrador realiza una metáfora personal (es para mí,línea 1) de la entrada del otoño al compararla con un perro atado (línea 1). Sabemos que para Jiménez el otoño simboliza el declive de la plenitud y presagio de la muerte[6]. El perro, el más antiguo animal doméstico del hombre, simbólicamente representa sobre todo la fidelidad y la vigilancia; con frecuencia se le considera guardián de la puerta del más allá, que puedan ver los espíritus y por tanto advertir los peligros invisibles[7]. El otoño es un perro atado, es decir, un perro fiel y vigilante que quiere defender (guardián de la plenitud, del verano que se ha ido) la belleza, por eso ladra limpia y largamente (línea 1). Está atado y eso le impide salir a defenderla bien; su ladrido limpio y largo indica cierta alarma por la presencia extraña en su territorio. Dicha presencia es de carácter triste y nada acogedor, por lo que el corral, el patio y el jardín comienzan con la tarde a ponerse fríos y tristes … (líneas 2-3). El que el corral no esté en bullicio por los animales (gallinas, ovejas, bueyes, etc.) indica falta de prosperidad (declive de la plenitud, tema); que el patio no sea alegre con la fuente de agua(vida) y el cantar de los pájaros (alegría) y el descanso recreativo de los humanos también indica falta de alegría (declive de la plenitud, tema), y que el jardín se torne triste y frío es que el paraíso se empieza a perder; el jardín del alma no se alegra pese a sus fuentes, árboles, flores y pozos, todos símbolos de vida, pues se ha tornado triste y frío. La alegoría del otoño (declive) como un perro que ladra domina el espacio por completo y se repite a lo largo de los días (Donde quiera que estoy … Oigo siempre … En estos días; líneas 3-4). Estos días van siendo cada vez más amarillos, el narrador recurre a una metonimia espacial porque caracteriza a los días amarillos fruto de que las hojas de los árboles han pasado a ser amarillos en el otoño, color que les precede antes de ser hojas secas (declive de la plenitud, tema). El perro ladra al sol del ocaso. El sol, en la iconografía cristiana, que surge una y otra vez por Oriente, es símbolo de la inmortalidad y resurrección; se le relaciona con Cristo, particularmente en el arte románico, por ser quien marca la duración de los días (Cristo marcará el final de los tiempos con su segunda venida)[8]. Así pues, el ocaso se acerca, pero al simbolizar el sol resurrección, con la primavera volverá la vida perdida.

En el apartado b), la alegoría de otoño como perro que ladra continúa: su ladrido me trae, como nada, la elegía. La elegía es poesía de la pérdida y lamento (“Composición lírica en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado”, DLE: 1; en línea). Recordemos que Jiménez busca la Belleza absoluta presente en el instante y busca hacer ese instante eterno por medio de la elegía. Así, el narrador crea otra metáfora: la vida anda toda en el oro que se va. “El color oro es el que más se asocia a la belleza”[9]. Significa también felicidad [10] (pérdida de la belleza, tema). El narrador recurre a varias comparaciones o símiles por medio del relativo como. En primer lugar, como el corazón de un avaro en la última onza de su tesoro que se arruina, pues si para el avaro tiene puesto su corazón en el oro (riqueza material que nunca pierde su valor) y pierde su tesoro, así es el sentimiento de pérdida del tesoro de la belleza que se va sin poderla aprehender para siempre. Antes de la segunda comparación o símil, el narrador dice: Y el oro existe apenas, recogido en el alma avaramente y puesto por ella en todas partes, donde oro es símbolo de la felicidad y el tesoro de la belleza, dando a entender que el alma busca la Belleza absoluta que apenas se deja captar, pero que el alma desea ahorrar cada onza de oro (de belleza inmaterial).

En segundo lugar, otro símil: como los niños cogen el sol con un pedacito de espejo y lo llevan a las paredes en sombra, uniendo en una sola las imágenes de la mariposa y de la hoja seca… Los niños temen la oscuridad y cuando el sol se mete, lo buscan retener mediante la ilusión de capturar sus rayos, símbolos de felicidad, para iluminar las paredes en sombra (indicio de la muerte). Su esperanza no se merma y busca unos rayitos apenas. Recordemos que el sol en la iconografía cristiana es inmortalidad y resurrección; así pues, no es de extrañar la antítesis que queda esa captura del sol en el espejo: la mariposa (resurrección de Cristo y nuestra resurrección) con la de la hoja seca, que significa muerte natural. En ese choque de imágenes, imperará la mariposa en esos rayos de sol, porque ambos significan inmortalidad frente a la oscuridad y hoja seca que simbolizan la muerte.

En el apartado c), el autor recurre alas imágenes de los gorriones y los mirlos que van subiendo de rama en rama en el naranjo o en la acacia, más altos cada vez con el sol. Los gorriones siempre van en grupo, son pequeños pero capaces de metas muy altas, simbolizan laboriosidad y perseverancia en las metas altas, también incitan a mantener el corazón lejos del lado oscuro de la vida; los mirlos, por su parte, simbolizan la promesa de una nueva primavera. Así pues, el que suban de rama en rama en el naranjo o en la acacia, más altos cada vez con el sol, indica que buscan la Belleza absoluta: el naranjo, para los griegos en la Antigüedad clásica, simboliza el árbol de las manzanas de oro y el oro es la belleza y felicidad en este poema en prosa; la acacia en la Biblia es el símbolo de la vida que nos ha regalado el Creador; así pues, buscan lo más alto y por eso se ponen a la altura del sol, que es la inmortalidad de la Belleza.

El sol se torna rosa, malva, con esta imagen del sol, que representa a Cristo, se alude, por un lado, con el color rosa a la Pasión de Cristo, por la promesa de su derramamiento de Sangre representada en el sol y, por otro lado, el color malva (que es morado tirando a rosáceo: DLE: 2; en línea) que es el color de la penitencia y que precede al domingo de Resurrección [11].

Asimismo, el poeta indica que La belleza hace eterno el momento (tema) fugaz y sin latido, como muerto para siempre aún vivo, la vida es designada por la metonimia del tiempo (metonimia de contigüidad temporal), en este caso, un momento que es perentorio (fugaz), sin vida verdadera (sin latido) y se recurre a otro símil mediante el relativo como: muerto para siempre pero aún (todavía) está vivo. Esta antítesis o paradoja: la vida (momento) está muerta para siempre pero aún sigue viva, expresa el deseo del narrador por inmortalizar el instante en que la belleza se va de sus manos.

El narrador cierra con la alegoría del otoño (declinar de la plenitud, de la belleza) caracterizado figuradamente como el perro atado, que sigue ladrando agudo y ardiente, expresando una rebeldía interior apasionada por impedir que la belleza se vaya, se pierda, se muera. Por eso, el otoño es capaz de sentirla muerte de la belleza, como el narrador, trasunto de Cristo, en el momento del horror que sufrió en el momento de orar en el Huerto de los Olivos, donde sudó sangre al ver cercano el momento de su Pasión y Muerte.

En síntesis, Juan Ramón Jiménez recurre a la alegoría del otoño (declinar de la plenitud) como un perro atado para expresar la angustia de la pérdida de la belleza y su pureza que implica esta estación como clima espiritual, previo al invierno que es la muerte. Se vale de varias comparaciones o símiles que expresan un profundo deseo de captar o aprehender de modo absoluto y eterno la belleza que se va. Hay también muchos símbolos que aluden a la Resurrección de Cristo (el sol, la mariposa, el color del oro como símbolo del tesoro). Advierto, siguiendo a Ángel del Río [12] un gran deseo de depuración, de transmitir una espiritualidad trascendente y esa capacidad de transformar lo concreto, la impresión directa, en algo inefable y absoluto en el mundo de la belleza y del sentimiento, que caracterizan su poesía.

Mi opinión es que se alude indirectamente a la angustia de Cristo previa a su Pasión y Muerte cruenta.

  

[1] Predmore, M. P. 2016, “Introducción” en Platero y yo. Madrid: Ediciones Cátedra, pág. 13.

[2] Díaz-Plaja, 1956, 11, citado por: Predmore, M. P. “Introducción” en Platero y yo. Madrid: Ediciones Cátedra, 2016.

[3] Predmore, “Introducción” en Platero y yo, pág. 51.

[4] Predmore,  “Introducción” en Platero y yo, pág. 51.

[5] Predmore, “Introducción” en Platero y yo, pág. 56-57.

[6] Predmore, “Introducción” en Platero y yo, pág. 57.

[7] Biederman, H. 1993, Diccionario de símbolos. Barcelona: Paidós, pág. 368.

[8] Biederman, Diccionario de símbolos, pág. 436.  

[9] Heller, E. 2015, Psicología del color: Cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, pág. 227.

[10] Heller, Psicología del color: Cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón, pág. 227.

[11] Heller, Psicología del color: Cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón, pág. 198.

[12] Del Río, A. 1996, Historia de la literatura española: Desde 1700 hasta nuestros días.Barcelona: Ediciones B, pág. 430.  

Juan Francisco Padilla Aguirre
Juan Francisco Padilla Aguirre

Doctor en Lingüística por la Universidad de Navarra, Profesor Investigador en la Universidad Panamericana de México, y Jefe de la academia de Comunicación oral y escrita de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana

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